Patakíes (2)

Por mucho que se sepa, siempre algún conocimiento nos falta.
Oddu de Ifá
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Las garzas mentirosas.
Igüí llegó un día corriendo a casa de Oshún que era su madrina y le contó que Olofin había mandado a las garzas, sus emisarias, a que lo apresaran porque le había robado un obí. Oshún le dijo que no se preocupara, que ella iba a preparar algo que dejaría a las garzas muy sorprendidas. Dicho esto, regó un líquido en la puerta de su ilé.

Cuando las garzas llegaron a casa de Oshún y pisaron aquel líquido pastoso, se quedaron pegadas en el piso y tuvieron que pedir auxilio a la dueña.

–Si me prometen que dejarán tranquilo a mi ahijado, las dejo ir –dijo Oshún muy desenfadada.

Las garzas asintieron y Oshún trajo una botella de su oñí y las despegó del piso. Cuando volvieron al palacio de Olofin, este les preguntó si habían detenido al ladrón.

–No, papá, no lo hemos encontrado –dijeron.

Pero Olofin que no se creyó aquello, llamó a Eleguá y le dijo que averiguara bien lo sucedido. Eleguá volvió al día siguiente y le contó toda la verdad. Olofin llamó a las garzas para decirles:

–Como ustedes me han mentido, desde hoy las condeno a que se vistan siempre de blanco para verlas dondequiera que estén.


El mono de 9 colas.
La hija de Olofin vivía triste y nada le llamaba la atención, por más que su padre se esmeraba nunca se dibujaba una sonrisa en su rostro. Un día que salieron a dar un largo paseo por el bosque, divisó entre unas ramas un mono con nueve colas, el brillo de sus ojos recorrió la espesura. Fue tanto su entusiasmo por el raro animal que el padre la ofreció en matrimonio a aquel que lograra capturarlo y traerlo al palacio.

Muchos fueron los cazadores que salieron precipitadamente al bosque, llevando consigo las mejores trampas; pero el más humilde de todos, antes de partir, fue a ver a Orunla quien le hizo ebó con un hueso de jamón y un cordel, indicándole que lo llevara a lo alto de la loma y se acostara cerca.

Al olor del hueso, acudieron muchos animales, entre los que se encontraba el mono de las nueve colas. Cuando el cazador vio que estaba entretenido, fue halando poco a poco el cordel, hasta que tuvo el animal al alcance de sus manos, lo ató con la soga y partió para el palacio de Olofin, quien feliz, por haber recobrado la alegría de su hija, se la concedió en matrimonio.


Palo, soga y carnero.
Reinaba la discordia entre los animales. Para reconciliarse, hubo quien ideó hacer una fiesta. Pero Mono y Carnero, que continuaban temerosos, porque los otros habían sido mejor dotados para la pelea, decidieron no ir. El día de la fiesta, León llegó antes y comió opíparamente, y como casi no dejó comida, cuando Tigre llegó, se formó la pelea entre ambos. Los demás animales se pusieron a favor de uno u otro de los contendientes y tomaron parte en aquella riña.

Avisado Olofin de lo que sucedía en la selva, fue a poner orden, por lo que mandó buscar a Mono y Carnero para que declararan por qué habían decidido no asistir. Mono no quiso presentarse. Olofin le insistió a Carnero que fuera a buscarlo y lo trajera a como diera lugar. Mono se había imaginado, que si iba a la fiesta Tigre y León se lo comerían, y le hizo un ofrecimiento a Oyá que estuvo de acuerdo en protegerlo. Así, cuando Carnero, desesperado por la negativa de Mono, lo amarró con Soga, Oyá lanzó una centella y lo liberó colocando a Palo en su lugar.

A todas estas, Carnero no se dio cuenta de lo sucedido y se presentó al Creador.

–Aquí lo traigo –le dijo.

Pero solo traía a Palo atado con Soga. Olofin creyó que Palo, Soga y Carnero, querían burlarse de él y los condenó a vivir atados unos a otros.


Oloñí.
Olofin ordenó que tres babalawos muy reputados acudieran a su presencia para que le dijeran qué sucedería en su casa. Los de mayor edad tiraron el ékuele y por no presagiarle una desgracia, le contestaron que no había nada que temer. Pero el más pequeño de los tres que se llamaba Oloñí, discrepó de los mayores y dijo que de acuerdo a como había caído el ékuele, presagiaba la muerte de un niño. Los babalawos no lograron ponerse de acuerdo y, cierto tiempo después, murió un hijo de Olofin, quien se indignó mucho.

Los invitó a que acudieran a su palacio y preparó tres jícaras tapadas. Les indicó a los babalawos que se sentaran a la mesa, pero Oloñí, que se había registrado con el ékuele esa mañana, dijo que él comería solo. Cuando se dirigía a un rincón de la casa para comer, vino un águila y se lo llevó a una montaña donde encontró grandes riquezas. Los otros dos, por mentirosos, tuvieron que comer los desperdicios que les brindó Olofin.


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